Cuando el aprendiz se convierte en el maestro
Silverio, Silverio Pérez, diamante de una cancha de fútbol americano, gradas llenas de espectadores, el color azul del Tecnológico de Monterrey brillando bajo la luz del sol. Era el año de 1993, mientras que los jugadores celebraban su triunfo como los campeones nacionales y la gente se volvía loca. Esa noche hay promesa de una gran fiesta, siendo el primer año -desde hace más de una década- donde se reconoce a los Borregos Salvajes como los número uno dentro de la primera división del país. Siempre habían quedado en las semifinales, arrastrando con pequeños errores desde su último campeonato en 1976, hasta que finalmente lograron sobrepasar aquello y salir con un trofeo en mano. Lo que se llevó la corona fue que el partido fue en su estadio, su casa, en una época donde el fútbol americano tenía gran prominencia dentro del país, Monterrey no dormiría esa noche. Una de las piezas clave de esta hazaña, Silverio, se promete que esta experiencia jamás la olvidará, sin importar los años que pasen.
Este jugador originario del pueblo de Pentecostés dentro del Lago de Texcoco, que a los 19 años llegó a Monterrey como jugador novato dentro de los Borregos, inició su carrera deportiva junto a sus dos hermanos menores durante su infancia temprana. Su padre, tocayo en nombre, y su madre Martita, fueron el apoyo que lo impulsó a formar una disciplina impecable y llegar lejos en el mundo del americano. Sus posiciones oficiales fueron las de Pateador y Safety dentro del equipo de Toritos y después en el Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey. Su instinto por la bola lo llevó a ser líder interceptor de la ONEFA (1994), convocado a la selección nacional para el Tazón Azteca (1992-1995) y nominado en distintos años como mejor jugador de su posición.
“Yo entré al fútbol americano por culpa de mi hermano, el mediano entre tres hombres, Beto. Estábamos en primaria cuando un día llegó a casa y le dijo a mi papá ‘quiero jugar fútbol americano’. No es que no tuviera idea, pero nunca había jugado el deporte hasta que mi papá nos llevó a entrenar. De ahí me quedé un tiempo en el americano y luego me salí para jugar soccer un año, pero al final me arrepentí y regresé al equipo de Toritos para volver a competir. De ahí ya no volví a soltar el deporte, se volvió parte de mi formación”, recuerda el ex borrego con nostalgia.
Me ha salido de muy dentro lo gitano de un cantar cuando los Borregos se vuelven bicampeones de la liga mayor en 1994 por segundo año consecutivo. Silverio podría haberse perdido de esta oportunidad si no fuera por una oportunidad que le salió en el campus de Ciudad de México cuando aún era nuevo en el equipo. Jugaba como Pateador junto con otro veterano, con el cual se turnaba cada partido para cubrir la posición. Eso es, hasta que llegó el Tazón del Campeón de Campeones y el veterano, con el tobillo lesionado, le cede al novato la oportunidad de jugar en ese partido sin saber la oportunidad de oro que le acaba de otorgar.
“Antes de empezar el juego se acerca el director de deportes y nos dice ‘oigan viene el coach del Tec de Monterrey, quiere verlos para ver a quién se puede llevar al campus de allá’. Claro que a mí ni por la cabeza me pasó porque era de primer año intermedio y apenas tenía 18 años, así que jugué sin estrés. Cuando termina el partido se acerca el director de deportes y nos presenta al Head Coach Fran González, diciendo que llamará a ciertos números para platicar con ellos. Yo me fui a buscar a mis papás, no esperaba nada, hasta que dijeron que buscaban al 2, a mi”, platica nostálgico.
A Silverio le dieron una beca del 90% y estancia en las residencias, dejando su pueblo y familia para vivir lo que nunca se había imaginado. “Habían elegido a diez jugadores para llevarse, pero sólo a mí y a otro nos ofrecieron una beca tan alta. Al final sólo nos fuimos dos ese año y la envidia que le di a algunos de mis amigos fue complicada de superar”, admite.
Los tryouts de los Borregos no son poca cosa, porque de 100 jugadores que entran al equipo a principios del semestre, sólo quedan alrededor de setenta. No todo el mundo aguanta el nivel y el requerimiento de acondicionamiento físico para mantenerse en forma para el americano. Además, para Silverio que era nuevo dentro de un equipo, y de los más jóvenes,la famosa novatada de los Salvajes era de esperarse. Después de hacer una limpieza de jugadores, a dos semanas de comenzar la temporada, se hace la iniciación dentro de unas bodegas. “No quiero decir ni lo que nos hicieron, es medio traumante, pero al final nos raparon. Eso sí, durante todo el año eres quien va a recoger los balones, te vuelves un tipo de utilero para el equipo”, confiesa.
Con la garganta sequita, muy sequita la garganta, seca de tanto entrenar, Silverio jamás se dejó caer debido a la gran motivación y ejemplo que tuvo en su familia. Como primera figura tuvo a su abuelo, el torero Silverio Pérez que había sido un hombre exitoso en la parte deportiva y política por igual. Fue en su momento el mejor matador dentro del mundo taurino, algo que le admiraba la gente y le respetaba por lo mismo. Esto creó una admiración dentro de su nieto, el cual aspiraba a algún día lograr los mismos éxitos que su predecesor.
“A mi me tocó muchos años acompañarlo a homenajes, a comidas, a corridas, y yo veía cómo la gente lo admiraba y cómo lo respetaban, le encantaba todo ese ambiente. Disfrutaba que lo reconocieran y a mi me gustaba mucho ver que había sido alguien tan importante. Fue presidente municipal de Texcoco y diputado federal, llegando a ayudar a la gente de su pueblo gracias a las oportunidades que le daba la toreada”, explica Silverio.
Al mismo tiempo, su padre también era reconocido como un gran futbolista dentro del pueblo, que si no hubiera sido por una lesión grave antes de su debut, sin duda habría sido exitoso en la liga de soccer profesional de México. Como un último impulso deportivo, tenía a sus hermanos menores Beto y Luis, que por naturaleza competían contra él para todo. “Yo no iba a permitir que mis hermanos fueran mejores que yo, tenía que dedicarle y echarle todo”, confiesa con una sonrisa.
El príncipe milagro de la fiesta más bella tuvo que asistir como novato a partidos en el Valle de Texas los jueves, donde se organizaba una pequeña temporada para foguear a los nuevos. Lamentablemente, esto a veces no se traducía bien cuando tenía que llegar a Ciudad de México al otro día para jugar con el equipo de veteranos, regresando con el entrenador en carretera hasta Monterrey para coger el siguiente vuelo. “Llegamos a las dos de la mañana y nos teníamos que ir al aeropuerto a las cinco, yo tuve la suerte que vivía en residencias, pero otros tuvieron que dormir en el vestidor porque no los dejaban regresar a sus casas”, explica.
A Silverio le hace mucha gracia haber pensado de chavo que salir de su casa y vivir lejos de sus padres le brindaba la oportunidad de ser libre. “Cuando llegué aquí a Monterrey dije que ahora sí voy a hacer lo que yo quiera”, pero al final fue la misma disciplina la que no se lo permitió porque tenía que cumplir con su equipo. Todos sus planes y viajes no los pudo hacer, pero no se arrepiente de nada hasta el día de hoy.
“En mi tercer y cuarto año ganamos la liga mayor, recuerdo sobre todo el partido del ´93 contra las águilas blancas. El estadio estaba lleno, el ambiente fue de primera, el juego estuvo súper emocionante y al día siguiente éramos primera plana en todos los periódicos. A donde fueras nos veías en la portada. Además de todo, Borregos tenía cinco años de haber regresado a primera división y no habían tenido la oportunidad de ser campeones en el grupo fuerte”, dice el ex Safety.
Tormento de las mujeres, a ver quién puede con el Silverio, quien se fue a jugar a Europa futbol semi profesional- una vez graduado del Tecnológico de Monterrey- durante seis meses. Fue invitado en 1997 a un equipo ubicado en la isla de Sicilia, Italia llamado los Elefantes de Catania junto con otro mexicano. “A mi me invitaron a jugar a Europa en la NFL, pero se canceló al final porque le dieron a otro entrenador esa oportunidad. Yo me quedé con la cosquillita, así que me apliqué y busqué la oportunidad”, admite el deportista.
No fue poca cosa lograr que lo aceptaran para irse a Europa, le costó muchísimo ya que tuvo que buscar a un entrenador y que él mismo le diera una cita. Quedaron de verse a las seis de la tarde en el aeropuerto, Silverio llegó a las cinco y media, pero le dieron las seis y media y el hombre no estaba. “Tuve que llamar a la aerolínea y me contestaron que ya habían pasado desde las cuatro”, cuenta. El joven hizo que bocearan al coach para poder darle su video, y una vez entregado, le dijeron que se esperara a que lo contactaran para ver si había quedado. Ese mismo invierno, mientras estaba en Vallarta, finalmente le llegaron las noticias que tanto esperaba.
“Me acuerdo perfecto porque en ese entonces estaban saliendo los celulares y yo tenía uno enorme que me llevaba a todos lados. Estaba acompañando en el golf a mi hermano Beto y a su suegro, esperando la llamada, esperando la llamada, y así estuve hasta que finalmente me llegó. Me dijeron que sí les interesaba faltando pocos días para Año Nuevo, y estuve marcando todo enero esperando a que me dijeran el momento en el que me iría. Finalmente me mandaron mi boleto y la primera semana de febrero me subí en el avión con destino a Europa”, recuerda.
El azteca y español, estuvo en un equipo que le pagaba hospedaje, viajes y comida, además de darle un pequeño sueldo. Los Elefantes eran un equipo que apenas había subido de segunda división a primera, por lo cual Silverio tuvo una primera impresión muy distinta a la que esperaba.
“Yo llegué faltando una semana antes del primer partido y cuando asisto a mi primer entrenamiento con el equipo, lo primero que me dice un compañero es que ‘nos van a dar una paliza porque vamos a jugar contra los campeones del año pasado’. A mi me impresionó mucho eso porque uno no puede tener esa mentalidad en el deporte, por lo que hablé con el entrenador y le dije que me preocupaba muchísimo la mentalidad del equipo. Él, con mucha paciencia, me explicó que el equipo no está preparado, el otro equipo es muy fuerte y, bueno, ya lo verás. Perdimos 36 – 6, tengo el marcador súper grabado. Mi equipo estaba feliz porque creyeron que nos iban a meter 60 – 0, estaban contentísimos”, cuenta.
Fueron un total de 10 partidos en esa temporada, donde se iban intercambiando posiciones entre locales y visitantes. Tuvo la suerte de que le tocó jugar en Roma, Palermo, Bolzano, entre otros, y debido a que había partido cada dos semanas, entonces se podía quedar unos días adicionales en la ciudad que visitaba para conocerla. Ganaron dos veces contra el mismo equipo y todos los demás partidos los perdieron, pero a Silverio no le afectó mucho ya que consiguió muchos premios y reconocimientos personales por haber hecho un increíble desempeño en su estancia en los Elefantes. “Atleticamente, siento que era uno de los mejores preparados allá, había muchos que estaban fuertes pero les costaba mucho trabajo moverse con agilidad porque no tenían esa preparación”, reflexiona.
No cambio por un trono, mi asiento para admirar a Silverio, que durante los veranos de su carrera regresaba al pueblo de Texcoco y se ponía a entrenar a chicos de entre 13 y 14 años. Eran miembros de su equipo de la infancia, Toritos, al cual sentía que tenía que regresar un poco de lo mucho que le había aportado esa comunidad. Así estuvo durante 6 – 7 años, pasando toda la prepa y universidad educando al mismo grupo de niños. Hay una anécdota, sobre todo, que tiene bien presente acerca de un verano que hizo en el Estado de México, en la cual sus materias eran de ocho de la mañana a once.
“Los niños me decían que necesitaban entrenar en la mañana y yo no podía, así que me sugirieron que fuera más temprano el entrenamiento. ¿Más temprano? Les dije que podría a las cinco, en la madrugada y me contestaron todos que sí. Pero cuidado el que falte, les remarqué. Dicho y hecho, cinco para las cinco se presentaban todos y los pocos días que llegué unos minutos tarde los niños ya estaban corriendo. Así estuvieron todo el verano, no sabes lo que fue para mi que mis veinte alumnos de doce a trece años llegaran siempre. Eran niños que además necesitaban el apoyo de sus papás, los cuales siempre estuvieron presentes”, cuenta conmovido.
Todo esto al graduarse cambió, ya que al llegar un año después de su estancia en el extranjero terminó con un grupo poco esperado. “Cuando regreso de Italia, me busca otra categoría de Toritos para ayudar a otro equipo durante un año más. Era una generación que era muy exitosa pero que se había quedado siempre en semifinales, siendo una de las causas más importantes el hecho de que eran muy indisciplinados”, explica Silverio. Él aceptó pero sólo si hacían las cosas bajo sus condiciones: aquí se haría lo que él dijera. Ningún miembro del equipo podría faltar a entrenar, y el que no lo pareciera sería sacado del equipo sin falta.
“Al empezar la pretemporada a los dos mejores jugadores los corrí, se creían estrellas. Se me acercaron los otros entrenadores escandalizados, ¿cómo era posible esto? Yo les decía que no estaban de acuerdo, les regresaría al equipo y me marcharía. A los diez días regresaron los dos y los volví a aceptar, pero ‘tendrían que comenzar desde cero y cuidadito al que falte’. Jugaron bien poquito en la pretemporada, les sirvió de lección, mientras que otros dos se me pusieron bien locos tres semanas antes del final de la temporada porque no les pareció la disciplina. Llegaron conmigo después de que su equipo jugara la final y admitieron que se equivocaron, yo sólo les comenté que sí, se habían equivocado y abandonado a su equipo. No les permití regresar”, comentó.
Siempre tuvo a los veinticinco jugadores del equipo en sus entrenamientos, era rara vez el que faltaba. Los demás adultos no podían creerlo y siempre le preguntaban cómo lo hacía, a lo cual siempre contestaba que “siempre hablaba con los papás y con los niños antes de todos los partidos”. Al final era una disciplina esencial en la vida, una que sabía que a los niños los formaría y los convertiría en personas de bien. Silverio pudo acomodar al final de la temporada a varios niños en el Tec, otros de la UTLA, en el Tepeyac, “eran jóvenes que no aspiraban a nada después de salir de la prepa”.
“Haberlos ayudado es una de las mayores satisfacciones de mi vida. El hecho de la formación, la disciplina, tu compromiso contigo mismo y con tu equipo, con la institución, la responsabilidad… en ese entonces muchos de mis alumnos comenzaban con el tema de la cervecita y la fumada. Todo eso se los quité, al final se me acercaron los papás, la mayoría a darme las gracias por lo que había hecho por sus hijos. La satisfacción de ver a los niños por ese camino, que los dejas encarrilados para la secundaria y la prepa, con ciertos valores, es padrísimo. Ahí es cuando dices que padre, primero que yo lo haya jugado y que mi formación haya sido así y segundo haber formado a esos chamacos”, sonríe.
A ver quién puede con el Silverio, que hasta el día de hoy se continúa topando con sus alumnos cada vez que va a Pentecostés y los mismos lo saludan con mucho cariño. Algunos incluso se mantienen en contacto a través de las redes sociales, en las cuales puede ver su trabajo reflejado en las vidas de ellos. “Ves esto y sabes que lo lograste, misión cumplida, ese era el objetivo. No tanto el campeonato sino formar gente de bien”, explica.
Para este gran deportista, hermano, padre, tío e hijo, el deporte siente que te forja el carácter y más si eres disciplinado. “A nosotros desde chiquitos, me acuerdo muy bien que mi abuelo nos decía que ‘si empezaste, hasta que termines’. Mis papás también nos apoyaron siempre, el nunca faltar es algo que nos inculcaron ellos. ¿Por qué? Porque no es el deporte el objetivo, sino lo que te deja el mismo para toda la vida, como la disciplina, el trabajo en equipo, el no rendirse. Siempre hay altos y bajos, y cuando vas para abajo de repente topas, ya no puedes bajar más. De ahí sólo queda ser constante para subir, subir, subir, subes hasta donde tú quieras porque ahí el límite eres tú”, concluye.
Esta historia continuará…
Entrevista por Arianne Pérez Romano
Estudiante de Licenciatura en Comunicación dentro del Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey.
Correo: [email protected]